Cenicienta ya no vive aquí

A François Ozon se le compara de cuando en vez con el más irreverente Pedro Almodóvar (el de su primera etapa) y por rebote con ese inquietante hombre de diminuto bigote llamado John Waters. El Ozon que es capaz de aproximarse a Hitchcock y a (Rainer Werner) Fassbinder, tiene ese lado lúdico y explosivo que se refleja en filmes como Sitcom, 8 mujeres, La piscina o Ricky.Antes de su controversial Jeune et Jolie (Young & beautiful) -presentada en la Sección oficial del Festival de Cine de Cannes- y de la inquietante En la casa (Concha de Oro en San Sebastián 2012), rodó Potiche (Florero, acá Mujeres al poder), comedia ambientada en los 70, de espíritu reivindicativo y cierto tono de fábula corrosiva.

El jarrón del título no es otro que Suzanne Pujol (Catherine Deneuve), una princesa de cuento de hadas cuya historia, tras vivir durante mucho mucho tiempo, no ha sido tan feliz como apunta la premisa. Plácida sí, feliz no tanto.

El arranque del film es un guiño, con puntapié incluido. Suzanne, rosa de pies a cabeza, se comporta como Bella, Cenicienta o, para no ir tan lejos, Giselle (Encantada); una princesa ya en su madurez, capaz de cantar, danzar y escribir poemas sobre una ardilla o una flor silvestre.

El encuentro con el otrora príncipe azul no puede ser más decepcionante. Tras el «felices para siempre», la contundencia de la convivencia parece que ha dejado al amor víctima de las ambiciones cotidianas y del confinamiento femenino en las cuatro paredes de su castillo… perdón, residencia.

Ozon desmonta el cuento de hadas y aterriza en la vida de una mujer que de la noche a la mañana abandona el centro de la mesa para convertirse en el centro de su vida.

Lo hace de manera natural, tanto, que resulta pasmoso y divertido. Porque en medio de todo, Suzanne es una heroína clásica a contracorriente, a quien todo le va saliendo a pedir de boca para sorpresa de su príncipe gruñón y, particularmente, del espectador.

La princesa se sacude el polvo y sale a la calle a ganarse el pan, a proteger a sus pares y liderizar sus propias luchas.

El realizador se compromete con ese viaje casi quijotesco. Lo convierte en divertimento, pero, cuento al fin, aporta una nueva moraleja. Menos edulcorada, rosa y más gloriosa.

Su mejor aliada es, por supuesto, su protagonista. Catherine Deneuve se aparta de su propia imagen para convertirse en esta acomodada ama de casa que de secuencia en secuencia va mostrando páginas de su (osada) sensualidad y de su ingenuo pero acertado instinto. Su Suzanne va cambiando con sutileza, sin virtuosismo, pero con profundidad. Del otro lado, el admirador que interpreta Gerard Depardieu sonríe, y se mantiene en la sombra, consciente de que el florero ya no está en su lugar. No decora, sino subvierte el añejo orden con deseos de mejorarlo, que no redecorarlo.

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