REINALDO CHACÓN
Cuando Martin McDonagh se centra en la tragedia salen cosas magníficas de su cabeza. Y es que su sutileza para manejar esta narrativa potencia su ya disciplinada elaboración de relatos originales. Su predilección por historias que evocan la calle ciega como único destino de sus personajes, es un fetiche que bien sabe manejar. Esta vez, desde su tierra natal, este dramaturgo angloirlandés nos trajo un film que, al igual que con In Bruges (2008) y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (2017), usa la tragedia como mecanismo comunicativo para referir sus reflexiones sobre el humano y sus inherentes características. Con The Banshees of Inisherin (2022) el tema sería la estupidez: esa torpeza que nos impide comprendernos, derivando en decisiones que escalan esta incapacidad en un ciclo de crecimiento infinito sin dar razón lógica a su origen. La enemistad, la violencia, el desprecio, la guerra, son reflejos de cuan ejercitada tenemos esta característica en el desarrollo de nuestra evolución.
McDonagh retorna a una elaboración coral, al estilo de Seven Psychopaths (2012), con el objeto de ampliar la estupidez frente a nuestra diversidad como especie. Una coralidad que mantiene a un protagonista como eje central del drama, con colaboradores que potencian su conflicto e inducen a su transformación. Por ello, el film coloca el foco sobre Pádraic (Colin Farrel) tutelando el primer acto bajo una superficialidad infantil, frente a un ecosistema conservador, frío y duro, que construye una tonalidad confusa para el espectador. Luego, cuando conseguimos conciliar con su psicología, la inesperada mutilación por parte de Colm (Brendan Gleeson) nos retorna a la confusión impidiéndonos comprender, cual estúpidos, sus razones para romper lazos de amistad. Solamente Siobhán (Kerry Condon) intuye, entiende y no escala (no es gratis que sea mujer). Una narrativa lineal, con una estructura no truncada, que, a pesar de su simpleza, no se pierde en su discurso ni en la atmósfera de su contexto.
Estos tres personajes fundamenta las reflexiones sobre la estupidez: Pádraic reflejando la innecesaria persistencia ante lo perdido, la cual se transforma en la reaccionaria violencia ciega conducida por el orgullo de evitar cambios; Colm como el desprecio sin razón, maquillado en el falso intelectualismo que reacciona con mutilaciones incongruentes como medio de “enseñanza”; Y Siobhán, expresando la cohibición de sus instintos, evitando su propio desarrollo por la equivocada lectura de despreciar el individualismo. Grandes y comunes expresiones de nuestra estupidez que fomentan la inquebrantable modificación de nuestra sociedad, la cuales se benefician, lamentablemente, con los complementos de su entorno: el sacerdote y el policía como entidades vacuas y contradictorias que controlan desmesuradamente; el cantinero y su fiel compañero en la barra como la inutilidad que habla y opina sin pensar en consecuencias; y la dueña de la tienda como la creadora y promulgadora de chismes inquisidores. Un destructivo ecosistema inmerso en la belleza y perfección natural, con un paralelo en guerra.
Sin modificar el punto de vista, McDonagh transforma ese acercamiento infantil y superficial, a medida que Pádraic asume su conflicto, a raíz de la lección que le ofrece el más “estúpido” del pueblo, Dominic (Barry Keoghan) el hijo del policía. Con este giro, el film converge toda su elaboración de personajes en una complejidad discursiva que induce el sentido reflexivo. El tono se transforma desde la incomodidad hacia la tensión, de la incomprensión al rechazo, de la negociación al conflicto. Y en medio, el mito, reflejada en la Banshee (Sheila Flitton), evocando a la sabia muerte que todo lo sabe. Un simbolismo que establece lo cercano y presente que la muerte se presenta frente a la estupidez.
The Banshees of Inisherin es un símbolo muy elaborado. A diferencia de sus más recientes trabajos, McDonagh consigue elevar su discurso de la dramaturgia a lo cinematográfico. La madurez sobresale en la triada que forma con Carter Burwell (Compositor) y Ben Davis (Director de Fotografía), segunda colaboración que hacen en conjunto. Un equipo que consigue emular lo que impone la escritura de McDonagh. Atmósferas sonoras y postales discursivas que cohesionan la imaginación con la reflexión, construyendo una narrativa que, por predilección de su creador, vigoriza la tragedia de sus historias.
Con trabajos como este, McDonagh se está convirtiendo en un competidor férreo en la temporada de premios. Difícilmente sus obras tendrán una impresionante cantidad de nominaciones, pero entre las 5 pesadas aparece y ruge fuerte: Mejor Película, Guión Original, Actor Principal, son sus caballitos de batalla. Sin perder posibilidades en las categorías a Mejor Actriz de Reparto y Actor de Reparto.
Espero que esta vez impere la expresión: “la tercera es la vencida”, y McDonagh se lleve a su casa el galardón dorado.