El desplome del paradigma

REINALDO CHACÓN

Debo reconocer que me cayó de sorpresa el enterarme que Olivia Wilde era la directora de una película, y más aún cuando esta sería su segunda realización tras cámara (su primer film fue la divertida Booksmart, 2019). Asombro que me agradó de manera importante, especialmente porque, no estando en el radar, consigues toparte frente a una visión interesante en su estilo y tratamiento de la historia.

Don’t Worry Darling (2022) es un film que su narrativa se deja fluir con facilidad por ser una historia conocida por el espectador, incluso a pesar de su final “inesperado”, base característica de todo Thriller psicológico. Pero en el enfoque que consigue Wilde es donde el trabajo cinematográfico toma peso y valor. El corolario del combate al machismo controlador misógino inherente en la historia, es potenciado por el discurso visual: planos recargados de colores pasteles que pintan la ciudad de Victory, en contra posición con la oscuridad de la distorsionada y caótica realidad; la impecable vestimenta y pulcritud de un ambiente propagandístico comercial del momento histórico de la explosión industrial estadounidense post segunda guerra mundial, frente al hediondo y mugroso presente que se refleja en una médico recién salida de un quirófano, que llega a una casa sucia y claustrofóbica, que alberga a un hombre con claras señales de vago; incluso esto último reflejado muy elocuentemente en ambas épocas, con un pasado de estatus quo con la mujer en casa, limpiando, cocinando, comprando, frente a un presente donde trabajan y deben llegar hacer los quehaceres de la casa. Todos simbolismos que nutren el contexto del machismo que la historia marca como bandera para enfocar su crítica y reflexión.

No obstante, todo lo que fundamenta Wilde no se sostiene positivamente. El acertado manejo del contexto visual se ve disminuido cuando, en la abstracción del thriller, la conducción del mensaje queda supeditado a imágenes y símbolos que el film no consigue explicar por sí mismo. Las bailarinas, que en principio parecían tener un concepto con la época, se entremezclan con la forma del iris del ojo y su dinámica de movimiento. Relación que se inclina más hacia prejuicios de estilismo artístico que con los enunciados del texto. O también esa edificación de vidrio en el montículo de tierra en medio del desierto. Sin forma sugerente, más que la posible cornea de un ojo (solución más que rebuscada) queda como un capricho que no colinda con lo edificado en el primer y gran parte del segundo acto. Esto, sumado a las inconsistencias que presenta el universo de la película (no hay razón para que Alice pueda observar el avión rojo que conecta el recuerdo de Margaret con su hijo, y menos que sea este el detonante que le haga resquebrajar su realidad) provocan el desbalance de un Thriller que prometía en su premisa.

Pero, a pesar de todo esto, Wilde no deja de presentar una propuesta que raya por encima de lo interesante. Y es que, en medio de estas fragilidades no menores, consigue oro en dos actores de su elenco.

A grandes rasgos las actuaciones sostienen la credibilidad del universo. Su acartonamiento, fatuo en expresiones y diálogos, enmascara esa época que vendía armonía como estandarte para continuar en el progreso. Algo que no se desliga de la intención del control del hombre sobre la mujer. Sin embargo, cuando el mundo se resquebraja y se presenta la realidad, el peso del cambio no tiene la fuerza para hacernos levantar de la butaca y creernos que esta ciencia ficción fortalece ideas de los movimientos progresistas de nuestro presente. Los únicos lunares que brillan en medio de este elenco estándar son una Florence Pugh versátil, capaz de facilitar el entendimiento del derrotero de los conflictos de su personaje gracias a sus tan expresivas formas y su acertada entonación. Y luego un inesperado Chris Pine, en un exquisito trabajo de antagonista, quien debería ser tomando más en cuenta para el drama que no requiere la belleza física para su desarrollo. Ellos son lo único que sostienen un elenco que flaquea y ayuda en la desproporción que hace aguas el film.

Pero no renunciaré a mi reacción inicial y lo volveré a repetir: ¡Que agradable asombro Wilde! Quiero volver a verte tras cámaras.

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