REINALDO CHACÓN
Las películas biográficas poseen una particularidad en su hacer: por un lado, su camino parte de la investigación detallada de los eventos que construirán la estructura de la historia y los personajes que la conformarán; luego, sigue la necesidad dramática de “ficcionar” el relato para moldear la narración que incremente las emociones y reacciones de esa realidad para no construir un documental. Por ende, la magia de la adaptación tiene su foco en el balance de estos parámetros. Tarea clara y concisa que tiende a ser una cornisa bastante afilada y de fácil inclinación hacia los extremos. Síntoma que se evidencia en el film del director argentino Santiago Mitré, Argentina, 1985 (2022) el cual se inspira en el histórico “Juicio de las Juntas”, llevado a cabo en 1985 por el equipo jurídico que conformaron el fiscal argentino Julio Strassera y su asistente Luis Moreno Campos contra el alto mando militar que encabezó la dictadura militar del general Jorge Rafael Videla.
El film posee una correcta ejecución con una elevada factura técnica. El manejo del la época, pasando desde el vestuario, maquillaje y estilo de peinados, hasta el diseño de producción, construye un impecable universo que retrotraer al espectador y lo ubica en los momentos culturales de mediados de los años 80. No solamente en los teléfonos de disco, modelos de carros y ropa ancha concentraron los símbolos del discurso temporal. También en el detalle de los modismos, expresiones y reacciones de los personajes consiguieron evocar la recreación idiosincrática de quienes ahora son nuestros padres y abuelos. Este, más que un capricho del director, fue un requerimiento de la propia historia, centrada en resaltar el combate de pensamientos generacionales evidenciados entre la población conservadora, representada por los políticos y militares amigos de la madre de Luis Campos, y el progresismo del cambio, personificado por los jóvenes investigadores entrevistados para trabajar con el fiscal, así como sus propios hijos, que, fuera del tema laboral, componen una visión de las transformaciones estructurales de una sociedad ávida por justicia y libertad.
No obstante, este valor artístico y contextual decae en su principal capa: el conflicto entre Strassera y Campos. Una de las claves del género invita a desarrollar choques paradigmáticos, consecuentes, además de por su generación, por el ansia de justicia que implicaba la última oportunidad de enjuiciar a los criminales de la dictadura. Deshilachar este conflicto, producto del entendimiento entre ellos, requería de momentos incómodos y emocionalmente perturbadores que condujeran a la construcción de pareja. Sin embargo, de esto no hubo casi nada. Las contraposiciones antes establecidas fueron desestimadas como una de las principales tramas de la historia, reduciéndola a una única escena. La empatía emergió sin retos ni escollos que superar, forjando una desabrida relación.
A pesar de lo anterior, Darín y Lanzani mantienen a flote la película. El primero, ya consagrado y sin mucho más que demostrar en una carrera plagada de logros, queda un escalón por debajo de este joven actor que continúa en ascenso constante.
Del género hacen falta resaltar dos elementos más que, lamentablemente, privan al film de escalar hacia la excelencia: la música y el final. A priori, pareciera más una necesidad subjetiva, de quien escribe, que estos dos elementos sean resaltados y valorados como inamovibles. No obstante, al revisar variedad de películas como Matar un Ruiseñor (1957), Los Juicios de Nuremberg (1961), El Veredicto (1982), JFK (1991), Philadelphia (1993), Tiempo para matar (1994), El Juez (2014), y me quedan muchos por fuera que deben ser nombrados, una de las claves del relato son las tesituras que debe ofrecer la banda sonora.
La tensión de un litigio está, en principio, cuando al abogado, quien casi nunca desea trabajar en el caso, asume a regañadientes o con temor esta carrera casi imposible; luego el proceso de investigación, siempre con baches y huecos que rellenar para conseguir, incluso hasta en el último momento, aquella prueba que le dé solidez al caso; en medio del juicio, la comparecencias de los testigos, que debo resaltar, Mitré hace un trabajo espectacular en este renglón. Nada que objetarle; para finalmente llegar al alegato final, el cual, en absolutamente todos los casos anteriores no es gratis que el clímax sea un discurso que ofrezca al actor explayarse en sus habilidades histriónicas. Entonces, en cada una de estas etapas no hay una significancia en la música que empatice con los retos del litigio. Un departamento que pasa desapercibido por decisiones tonales constructoras de atmósferas que perturban y confunden el discurso verbal y visual. Emociones que se contraponen e impiden la inmersión del espectador en la tensión de una carrera… ¿difícil de ganar?
Sin embargo, lo más delicado está en el final. No consigo entender porqué no hay ficción en el alegato final. Se antepuso la realidad al drama. El ideal de respeto por parte de Mitré por mantener la veracidad del evento, socavó las posibilidades que ofrecía. Las necesidades dramáticas del personaje de Strassera respondían a la espera del momento que le permitiera expresar el descontento que tuvo desde el momento en que fue designado fiscal; para dar a conocer públicamente su postura de tener que trabajar con el Proceso de Reorganización Nacional para no perder una carrera de logros; para demostrar sus capacidades como litigante en, tal vez, el más importante juicio que ha ocurrido en su nación. Valores que debían ser potenciados en un discurso lleno de verdades, miedos, miserias, enojos, desesperación y representación de la libertad. Esto es difícil de alcanzar con una lectura, incluso para un actor como Darín. El concepto del personaje fue traicionado por una decisión de estilo. Poco más recordaremos de este alegato más allá del veredicto que ya todos conocíamos.
Defiendo mi gusto por la filmografía de Santiago Mitré, y espero que la campaña de esta película consiga rebasar las fronteras que permitan que otras latitudes continúen disfrutando de la contraída pero potente capacidad cinematográfica de un continente en constante descubrimiento de su identidad. Por ello lamento cuando no exprimimos al máximo nuestras capacidades cuando nos llegan grandes oportunidades.