REINALDO CHACÓN
El universo Matrix llegó a finales del siglo XX para marcar un sello narrativo, argumental y técnico que lo convirtió en un clásico del la cinematografía aún desde su primera entrega en 1999. Aunque anteriores películas transitaron sobre la misma temática, fue esta historia la que rescató los efectos especiales como una herramienta importante en la industria, tumbando categóricamente la tesis que reducía la calidad de los discursos que esta rama de la cinematografía había sembrado durante décadas. Se atrevió a mostrar un desarrollo técnico que marcó una nueva era y construyó un mundo argumental que recuperaba la abstracción y complejidad que caracteriza a la ciencia ficción.
En su trilogía, tuvo baches argumentales que le costaron la crítica de profesionales y fans, pero su poderoso y muy sólido concepto le permitió no renunciar a su visión y establecer un sello que sería conocido como el de los (ahora “las”) Wachowski. Por ello, cuando se conoció la noticia de una cuarta entrega, la intriga se apoderó del rebaño. Después de un cierre clásico, manteniendo el bucle de historias cíclicas que tienen su inicio en un futuro que recurre al pasado para expandir su argumento (Terminator y Volver al Futuro son sagas con tratamientos similares) la pregunta era: ¿reiniciarán el ciclo o lo quebrarán? Y la respuesta fue: resucitar. Continuaron con la línea temporal con que venía la narrativa y mantuvieron el esquema de reducción que generan los conflictos binarios: vida o muerte, triunfar o fracasar, salvar o perecer. Esto no significa un detrimento del film, solamente una decisión que coloca su discurso en un nivel más plano.
Apoyádose principalmente en la primera entrega, Lana Wachoswki concibió un discurso plegado de recuerdos como eje fundamental de la trama. A pesar de la sensación de complejidad de mundos futuros entre mundos pasados, elaborados bajo un maquillaje que tiene su comprensión en la resurrección como célula de la creación (estamos en el mismo universo, esta vez reseteado y con nuevas aplicaciones) la estructura del film se abraza a su primera entrega: desconocimiento del universo, reubicación en la realidad, conflicto de esclavitud, el protagonista es el eje de la identificación y ejecución del único evento que tendrá dos posibilidades: éxito o ruina. La abstracción con la que se cerró la última entrega, despojando a la guerra como mecanismo de resolución de conflictos y sustituyéndola por la diplomacia como herramienta de comunicación, dejando planteado un abanico de posibilidades que complejizaban la convivencia ente humanos y máquinas, fue apartada por la binaridad de la estructura: salvar a un personaje consigue el cambio del sistema. Incluso, la aparición de nuevos personajes no son más que la retroalimentación de los ya conocidos, solamente que con nuevas caras. Una estrategia usada, probada y con éxitos, solamente hace falta voltear y recordar a la taquillera Star Wars: Episodio VII – El despertar de la fuerza (2015).
Esto, mezclado con un trabajo técnico que dejó mucho que desear, presentando secuencias de acción muy por debajo del deslumbramiento visual y creatividad casi ilimitada que entusiasmó al rebaño con la trilogía, edifica una historia ya conocida, transitada y con un panorama predecible. A pesar de imprimirle un ritmo dinámico (especialmente la introducción de la historia) con destellos de humor e ironía entrelazados con la descripción de un nuevo mundo que requería del conocimiento de todo lo hablado en las anteriores películas para su total entendimiento, la horizontalidad del tratamiento temático se disoció de sus predecesoras, especialmente cuando, aun siendo un conflicto binario, engendró micro universos que tenían preponderancia sobre la resolución final: guerra armada entre máquinas y humanos, guerra física entre Neo y Bane, infección y control de la Matrix por parte del ahora virus Smith, guerra digital entre Neo y Smith, diplomacia digital entre programas de software: el Oráculo y el Arquitecto, ¿nueva paz o reinicio del ciclo? Una matriz de conflictos interrelacionadas.
No obstante, la única hermana que continuó con este proyecto, consiguió un final que desequilibra toda esta llanura narrativa de la resurrección. El concepto de reprogramación de la Matrix requería de la inmersión de nuestro presente para mantener el objetivo primario de todo este universo: somos y seguimos siendo esclavos. Salirse del marco lineal del pensamiento algorítmico de finales del siglo XX e inicios del XXI es tal vez lo más prometedor del film. La figura del Analista (no es gratis su nombre) es la referencia directa hacia nuestro nuevo paradigma de esclavitud: las redes sociales. Incorporar en el discurso a las emociones y recuerdos como factores controlables generadoras de mayor energía por encima de la ficción de la realidad, siembra un subtexto que edifica la no binaridad de nuestro mundo (lamentablemente poco explotado en el film) Aunque muchos sigan manejando en su sistema de creencias el discurso de guerra y resistencia como herramientas, la humanidad está pasando a otro escalón de la concepción psicológica: la tolerancia de la diversidad. Siendo un estado que existe desde que somos raza, este nuevo siglo es el que ha marcado la pauta de la aceptación incluso de lo emergente. Destruir al enemigo para triunfar es ortodoxo, delimitar espacios de desarrollo, donde las competencias y progresos definirán sus dimensiones, es la complejidad social en la que se enmarcan las nuevas “luchas” planetarias. Matrix Resurrecciones finaliza con una tolerancia hacia la máquina no por ser aliada en la destrucción de un enemigo común, como finalizó Matrix Revolutions (2003) dejando un panorama de paz temporal, sino por el simple hecho de existir y estar. Algo puede ser concebido como “malo” ó “nocivo”, pero es en la decisión de cada quien la que definirá su consumo o su erradicación.
Pero… lamentablemente… es solamente un poderoso subtexto que el film dejó para la interpretación de los símbolos discursivos y no para la estructura del tratamiento del film. Prevaleció el éxito del reduccionismo de lo binario por encima de la complejidad de la diversidad.